miércoles, 14 de mayo de 2025

Los vecinos y la distancia

Ocurre en mi vecindario, y me encanta. Vecinos limpiando la acera que da con su puerta. Vecinos limpiando de malas hierbas el parterre frente a su casa. Vecinos plantando un árbol en el alcorque desatendido por la municipalidad. Ejemplifica el promedio de nuestra psicología mental: atendemos con más esfuerzo lo cercano, lo circundante; así entendemos la familia, los amigos. Por ellos nos entregamos, nos sacrificamos.

Cuanto más distancia ponemos más fríos nos volvemos; pero somos una especie compleja: fabricamos conceptos, los incorporamos, empatizamos. Así podemos entender la solidaridad. Podemos entender los impuestos. Podemos enternecernos ante el deterioro del Amazonas. Pero la distancia hace su trabajo. En promedio somos distantes con la distancia. Encontraremos de todo en los extremos, psicópatas que matan en su familia, o voluntarios que mueren en otro país por otra causa, pero el promedio dicta la sociedad, o, mejor dicho, la sociedad dicta el promedio. Es como un campo de fuerza que se debilita al alejarnos.

La (buena) política debe entender esto, y entender que son superhéroes inmunes a ese campo de fuerza, voluntariosos en su entrega más allá de su cercanía y sus intereses. Abstraerse para ser una persona  entregada a su sociedad, haciendo de ella su familia, sufriendo con ellos, buscando las salidas con ellos, riendo, esforzándose y viviendo. La otra política, la mala, rendirá a su redil, pensará más en perpetuar que en servir. En esos casos puede más el grupo que la persona. ¿Será posible otra cosa?

sábado, 8 de marzo de 2025

La política, la fuerza y la locura

La política no deja de basarse en la previsibilidad, y esta se trabaja desde la diplomacia, que es el arte de suavizar las aristas de la realidad, construyendo así una versión más light de lo que hay, llevando lo indistinguible con lo que pudo ser a terreno propio. Se establece un ancla hacia la lógica; y el interés, que es lógico. Pero desde lo suave, es la premisa.

La locura aporta aleatoriedad e incertidumbre, en ciertos períodos no son caminos habitualmente trillados. La estrategia, como en el ajedrez, permite anticipar movimientos, al menos los más cercanos. Perdiendo eso nos acercamos al caos, y el caos en política suele ser autodestructivo, o destructivo, depende. 

Depende de la fuerza: el que controla la fuerza controla las direcciones, posee la rosa de los vientos, lo cual es como el santo grial, no puede caer en manos equivocadas.

Cuando la fuerza se une al caos, se genera, en ese punto (y para ese punto), una posición infinitamente ventajosa. Ahí, en ese momento, estamos perdidos, sabemos que si Trump se levanta de mal humor puede invadir Polonia, antes del desayuno, me refiero. Y el resto es prosa, porque lo suyo es poesía, de la mala, pero por vena, fuerte, y despiadada. Marcando el ritmo de una marcha militar, con compases hacia delante y hacia atrás.

Con la fuerza y la locura las palabras se redefinen para significar lo que uno quiera. Es un asunto de poderío y sumisión, lo cual asusta, como siempre ha pasado.

lunes, 30 de diciembre de 2024

La relación entre lo brillante y la luz

Existe una bonita relación entre lo brillante y la luz, y no es lo que parece, es lo otro.

Lo brillante existe. Es la parte imprescindible para que todo funcione, sin ello el promedio sería entre lo normal y lo mediocre, lo cual no nos beneficia... Es hermoso ver, entrever, que en la sociedad hay personas brillantes que desempeñan todos los oficios, desde los bonitos hasta los olvidados, desde lo estudiable a lo que no. En toda esa cotidianeidad la esperanza la mantienen ellos, con una terquedad vocacional.

Pueden estar bajo la luz o en la oscuridad, no tienen una afinidad definida, es más la circunstancia la que determina eso. Es por eso que muchos cobran poco, y viven malviviendo, emanando maestría desde la sencillez o la complejidad, dependiendo del caso. Son nodos que transmutan caos en armonía, allá donde habiten. Transformando la energía viven sus miserias. Pero ocupan un continuo, no temamos, habitan también posiciones más acomodadas. No tienen una afinidad definida por la luz, recordemos.

En cambio otros, no brillantes, adoptan un cariz polillesco, adorando aquello luminoso, acercándose a la luz con afán, animales de sangre fría que necesitan un calor que no nace en ellos. Orientan sus comedidas virtudes a desarrollar estrategias que maximicen su exposición al sol. Y ahí les vemos, haciendo extraños equilibrios en la cúspide, habituales de la farándula y la política.

Pese a ellos el mundo funciona, o lo intenta al menos. 

Hay un antiguo concepto, el del "ascensor social" que defendía que el trabajo y la valía se recompensaba con un ascenso de clase social. Aquí defiendo lo contrario. Sigue habiendo circuitos de élite, en los que la valía encuentra su reconocimiento, pero fuera de esos circuitos, muy lejanos para muchos, la valía sigue habitando cada célula de la sociedad, desempeñando un trabajo oscuro y, casi siempre, poco reconocido.

Y vuelvo al principio, donde definía como bonita la relación entre lo brillante y la luz. Para mí es así por la curiosa paradoja conceptual que se genera, uniendo lo brillante con lo oscuro, lo divino con lo invisible, como un hermoso truco de magia, que, sin entenderlo del todo, nos permite seguir viviendo.

sábado, 16 de noviembre de 2024

El máximo exponente del asco: la DANA y la política

No caben palabras de autocomplacencia después de más de 200 muertos, deben saber que ahí no entran las palabras bonitas, suenan a chiste de mal gusto. No pueden hablar con redondeces para describir las aristas de la realidad. No pueden montar un juego en el que cada uno acusa al otro en lo global, dejando entrever que ellos hicieron lo correcto y que las muertes competen al otro. Dan puro asco. Dan puto asco. 

Abundan negligencias suficientes para que todos sientan el pecado cerca y muestren un poco de humanidad, y no esa tosca estrategia de pureza con hedor a muerte. Deberían reconocer errores y sentarse para hacer un pacto de sangre para que nunca vuelva a ocurrir así.

Porque el agua volverá, eso no lo dudamos. Pero nos debe encontrar eficientes, habitantes del siglo XXI. Tecnológicamente preparados. Enterremos en ese lodo los egos, sus egos, y permitan sus señorías que se creen protocolos tecnócratas en el que nadie tenga que salir de un restaurante para evaluar si le interesa declarar o no una emergencia nacional, y nadie diga que pone a disposición los medios necesarios si se solicitan, y nadie, en definitiva, mate por inoperancia e incomparecencia, no dejándoles NUNCA la opción de evaluar si decir o no una palabra les va a enfangar metafóricamente. Mientras la gente muere.

Hace unos 20 años, un joven ingeniero que hoy escribe este blog, acudió a un centro de gestión de incendios. Ya entonces, en esa comunidad autónoma, cualquier conato de incendio se evaluaba desde todos los ángulos técnicos posibles, anticipando su peligrosidad en base a la orografía, condiciones climáticas en tiempo real (temperatura, viento...), creando un modelo capaz de prever la evolución del fuego, y si se estimaba una alta probabilidad de peligro se enviaba, de forma automática (sin mediación política) un helicóptero para iniciar las tareas de extinción y estimar si se requería un mayor número de medios.

Hace 20 años.

Por eso esto a muchos nos parece atávico, de otra era. Personas presas de una catástrofe natural aisladas durante más de 4 días, sin ejército, ni helicópteros, ni médicos, ni nada. Bomberos franceses llegando los primeros a alguna localidad. Vuelve a parecer un chiste malo. Política bizarra.

Y volvamos a ellos, en sus escaños, o asientos, o sillones, igual da. Hablando de cosas y de palabras, asignando culpas siempre a ellos. Diciendo palabras bonitas contra los otros, ellos, siempre, sobre los que echan esas culpas mutuas. Pena de grito sordo el mío, porque a mí me avergüenzan en cada célula, me hacen, creo que justificadamente, odiarles.


miércoles, 9 de octubre de 2024

La política y los iguales

La vida nos acerca en ocasiones a gente inesperada, incompatible con nuestro carácter, pero en situaciones que favorecen la convivencia, el roce, y, por qué no, el cariño. También sucede lo contrario, nos aleja de personas de cuya compañía disfrutaríamos con alegría. Hechos, situaciones, coincidencias, ritmos... todo ello configura nuestro tablero de vida, en el que, después de no haber tirado los dados, nos ha tocado jugar. Así muchos de nosotros interconectamos con un grupo heterogéneo, con denominadores comunes, pero con configuraciones cerebrales muy distintas; con ello se sintetiza, se contextualiza y se relativiza, llegamos a equilibrios de conveniencia, que son también equilibrios.

Hay, en cambio, otros, que eligen tener una identidad muy marcada, una ideología que traza con precisión la línea del bien y del mal. Ese sentimiento de unión puede ser muy potente, y genera gran cantidad de energía, la cual, en demasiadas ocasiones, es difícil de dirigir. Si materializamos la metáfora podríamos hablar de una superficie con aristas afiladas, como la hoja de un cuchillo.

La política actual se identifica más con el segundo caso que con el primero. Hablamos más de sentimiento de grupo, de nosotros contra ellos, de nuestras ideas frente a las suyas, de allá se descalabren, y cuanto más les duela mejor. Ahí viven ellos, diría que casi todos, con ese escaso sentimiento de comunidad, pensando más en dirigir que en coordinar, pensando más en ellos que en todos.

Valoramos positivamente, en lo que supone una generosidad conceptual, el trabajar por nuestros iguales, cuando debería ser algo más inclusivo: trabajar, también, por nuestros diferentes, ellos, los que pueblan junto a nosotros nuestras calles, aquellos que cuentan chistes que no despiertan nuestra risa, pero que son compañeros, amigos, desconocidos... todos entran, como nuestros afines, tan humanos... 

miércoles, 12 de junio de 2024

La camiseta de Zelenski

Veo un encuentro oficial entre dos presidentes, uno de ellos en camiseta. Son tiempos de guerra (allí), no está la cosa para guardar formas ni excesivos protocolos, todo debe hablar, hasta la indumentaria. Queda patente la diferencia entre lo importante y lo accesorio, más que nada lo accesorio, lo que sobra.

Damos un valor al protocolo que no lo tiene, pero se lo damos. No llevar traje en algunas circunstancias se interpreta como una falta de respeto. O no llevar corbata, o limitar la cortesía, vete tú a saber.

La mujer del César no solo debe ser sino parecer, se dice. Nos hemos quedado más con lo segundo que con lo primero. En ocasiones olvidamos la esencia para quedarnos con la apariencia. La (ya casi denostada) posverdad va por ahí: da igual todo, pero las formas importan, contradícete, pero con elegancia.

Y es triste, pero ahí habitamos, perdemos la esencia, guardamos la apariencia. En ese lugar residen gran parte de nuestros debates de primera línea política, ofendámonos con pudor mientras actuamos más allá de la ética.

miércoles, 22 de mayo de 2024

La política y el inglés

Últimamente escucho bastante la BBC, quiero reforzar mi escaso dominio del inglés, y escuchar gente nativa hablando ese inglés británico, tan correcto en la mayoría de las ocasiones, es una buen forma de educar mi dura mollera. En ello me doy cuenta de que la construcción del discurso en ocasiones se plantea de formas diametralmente opuestas, me explico: 

Escucho noticas, las noticias son abruptas porque te hablan de cualquier ocurrencia, la anécdota más estrambótica ocurrida en cualquier confín de la Tierra puede tener su momento de gloria, pero el discurso de alguna forma se hace para que todo refuerce el contenido a transmitir, existe a veces redundancia, a veces suavidad, casi siempre ambas, de forma que aquello que se escucha converja al mensaje a transmitir.

En otras ocasiones escucho programas en directo, a veces con un formato cómico, pequeños monólogos. La estructura en estos casos es muy diferente, todo el discurso está estructurado con un juego de aguantar (en largo) para soltar (en corto). Se prepara el chiste, la gracia, la ocurrencia, se alimenta, se da carrete, se amasa, se prepara, se orienta, y al final, de forma súbita, se suelta el golpe, generando la sorpresa y habitualmente la risa. Nunca me suelo enterar. Si pierdes la frase final, habitualmente no llegas a captar el sentido global. 

La política y el hacer político debería ser como lo primero: redundante y suave, reiterativo e incluso cansino, una propuesta coherente, casi sin aristas, donde cada decisión tomada vibrara con el resto de haceres pasados. En cambio, cuando uno percibe desorientado la actualidad política, como si no entendiera el idioma en que hablan... algo pasa.