jueves, 21 de abril de 2016

De culos y votos

Contaban en el periódico hace ya un tiempo que un político de los de antaño, aún vivo, vive retirado en su pueblo, que odia los selfies, algo que saben sus vecinos, y algo que se saltan los curiosos que diariamente le “asaltan” para hacerse una foto con él, algo que nuestro personaje cuentan que rechaza con educación y contundencia, y alguno le espeta un “pues ya no te voto”, ante lo cual, y cito: “yo le respondo que se puede guardar ese voto en el culo. Yo no cambio un voto por una foto. ¡La política no es un teatrillo!
Admiro esa actitud. Parece alguien que quiere ser más semilla que cosecha, una anomalía anacrónica en nuestra sociedad hipercomunicada. Nos recuerda una lección olvidada que por aquí nadie tiene ánimo de recordar. A mí, que me gusta cocinar las lentejas sin olla exprés, despacito, vienen a decirme que sólo existe el “hoy” que el momento es “ahora”, que no seamos muy estrictos con los ideales no sea que se nos pase el “ya”. Y yo los odio, políticamente, entiéndase.
Porque, pura ensoñación, quizás llegue algún día un partido que tenga decencia e ideales por bandera, que diga lo que debe más allá del like del Facebook o del retweet del Twitter, porque aunque posiblemente fuera hundido por la maquinaria de guerra del imperante monopolio de los que adoran el instante, pienso que serían semilla, enterrada por improperios y cortoplacismos. Sueño con que esa semilla que se daría por muerta sería germen de una generación más limpia, de creyentes de las lentejas a fuego lento, que propondría con más fuerza una nueva alternativa lejos de esos inmerecidos teatros de culos y votos.

Por cierto el personaje es Anguita.