Me gustaría que la política fuera como el Autopilot de Tesla. Ni tengo un Tesla ni he probado nunca su Autopilot pero algo sé de los niveles de conducción autónoma y la analogía salta por sí misma.
Me gustaría una política en la que la cotidianidad fuera pilotada por una inteligencia artificial objetiva, basada en información de “sensores”, y que desterrara la subjetividad que con tan poco gusto arrastran los políticos. Me gustaría que corrupción, amiguismo, tráfico de influencias, egos desmesurados y tantos otros conceptos fueran desterrados del algoritmo de la realidad, desacreditados desde un código de programación.
Que tan solo la ideología, nos pese o no, fuera un parámetro configurable (como lo es la ética en la conducción autónoma), porque, aun con ese incómodo acercamiento, izquierdas y derechas propugnan paradigmas (similares pero) con diferencias. Y si, entrando en uno de los miles de detalles, y sirviendo como ejemplo, la derecha enarbola un castigo punitivo ante los que han cometido un delito, la izquierda por contra sabemos que defenderá un emblema de reinserción; los fondos disponibles para lo allí pertinente deberán, por tanto, distribuirse de forma diferente según la ideología gobernante. Pero que, en cualquier caso, eso se distribuya con juicio y criterio, algo que, por lo que se ve, es ajeno en muchos casos a nuestra limitada capacidad humana.
Me asustaría que la conducción autónoma en la política sea total y nos dejásemos gobernar por máquinas y algoritmos, me gusta que las sartenes sigan teniendo un mango a través del cual seguir teniendo un control rápido y total si de pronto se nos quema la comida; pero, por favor, inducción, autopilot o algo. Lo necesitamos.