lunes, 25 de octubre de 2010

Militantes

¿Papel de los militantes? Muy importante. Aún hoy, en que aparentemente los partidos se han reconvertido perdiendo militantes y ganando en un generalismo de amplio espectro. El proceso es claro: a mayor claridad y precisión de las ideas del partido habrá un menor número de militantes con una creciente motivación, es decir, si llegamos a una idea radical y homogénea lo normal es encontrarnos con un menor cuerpo de militantes pero muy activos, pensemos en la extrema izquierda o la extrema derecha. Ideas menos radicales “generan” en el mejor de los casos un número mayor de militantes los cuales no llegan en su conjunto al nivel de “activación” de los anteriores.
¿Cuál es el papel de los militantes? Su papel diremos que es complementario al que ejerce la ciudadanía mediante el proceso electoral. Si un partido se siente castigado por el electorado se replantea estrategias de actuación, en qué ha fallado, a quién no ha llegado, etc. Adapta su idea rectora (su ideal) más o menos a las necesidades del mercado electoral. Los militantes, en distinto grado entre ellos, son los que:
- Articulan este cambio hasta hacerlo, en el caso más extremo, real
- Introducen nuevos cambios, evolucionando con el tiempo. Son los verdaderos constituyentes del partido, son elementos que trascienden a la mera votación, tienen una colaboración no puntual, o al menos menos puntual que el votante.
Los militantes son los que en última instancia deciden el futuro del partido, o dicho de otra forma, son (o deberían ser) los encargados de evolucionar y adaptar a los nuevos tiempos los ideales que fueron origen del partido.
El buen militante, y aquí viene la propuesta, será aquel que sirve al partido sirviendo al ideal que lo formó, para servir así al partido. Detengámonos en explicar este laberinto.
Si el militante sigue al partido más allá del ideal se estaría dejando llevar por una inercia que seguramente alejará al partido del ideal. Ejemplos: apoyar a un político del partido que no está haciendo un buen trabajo (créalo quien lo lea, siempre los hay, en los partidos de cualquier signo, igual que los buenos políticos, también existe, y yo, personalmente no me fío de cualquiera que no sea capaz de ver con sinceridad los malos en su propio partido y los buenos en el partido contrario), o apoyar a un político que se sabe con certeza implicado en procesos de corrupción, o cualquier proceso que implique cerrar filas sobre el propio partido, aún a sabiendas que el partido actuó mal.
Por ponerlo de forma gráfica, que será más… gráfico:



Lo normal es que existan siempre desajustes que hagan que el partido se aleje (más o menos) de la idea que le dio origen (los trabajadores y sus necesidades para las izquierdas, p.e.). Si los militantes cierran filas sobre el partido corren el riesgo de alejar aún más el partido de su idea-origen. Si los militantes median entre el partido y el ideal ayudan al partido a re-dirigirse a su idea-origen.





Si los militantes siguen el ideal, y para ello deberán ser acertadamente críticos, ayudarán a que su partido no se olvide de su idea-origen, por lo que harán más bien a su partido siguiendo al ideal que “rindiéndose” a su estructura de partido. El partido debe recomponerse en torno a sus militantes, no los militantes recomponerse en torno al partido. Los militantes tienen esa bella responsabilidad. Y el camino propuesto no es, creo, el más fácil. Criticar tu propio partido (cuando proceda) es abrir una puerta a un enemigo en ocasiones ávido de hacer daño, es crear inestabilidad que tiene por objetivo reconvertirse en algo mejor, pero inestabilidad al fin y al cabo. Puede suponer perder, al menos puntualmente, poder, y eso parece ser que duele a alguno. Para mí es como el cristianismo en el que yo creo: ¿merece la pena tener una Iglesia grande y poderosa, o una Iglesia más pequeña, con menos poder pero más coherente con sus principios? Me consta que hay órdenes religiosas que no echan a algunos (digamos) “individuos” por no crear escándalo y porque no tienen repuesto. Y en la política pasa algo parecido, se defiende más veces de las necesarias a indefendibles. En ocasiones me gustaría tener poder para echar de muchos sitios a esos chupadores y corruptores de ideales.
El militante no tiene por qué tragar ciertas cosas.
Me queda la duda de si habrá más defensores de ideales que defensores de estructuras partidistas.
Un problema de demasiadas personas es que en ellos (esperemos que por siempre sean realmente “ellos”) a la fuerza de juventud le sigue la decadencia de la quietud, dedicando una larga parte de sus vida en definir esa decadencia en el día a día.

martes, 19 de octubre de 2010

Sensibilidad e implicación

El buen político debe afrontar con el mismo nivel de compromiso las responsabilidades públicas derivadas de su cargo, sean estas agradables o desagradables; es decir, el político deberá dar la cara en los momentos difíciles como también la da en los momentos fáciles. El nivel de compromiso del político debe siempre superar su propio plano personal, pues el político debe ser entendido como una persona pública. Esto significa que existen dos planos de realidad que necesariamente deben ser separados y generalmente aislados, y no hablo de la vida personal y la vida política, hablo de la actitud implicada como paso siguiente a la actitud sensible; no es suficiente que el político sufra con un problema de cierto colectivo, es necesario que calibre su posibilidad de influencia y dé cuentas de esas expectativas. Que un político se interese por un problema de la ciudadanía o de un colectivo concreto puede llegar a dar cuenta de la valía moral del político como persona (lo cual es algo que nunca debe ser despreciado), pero no nos dice mucho de la valía del político como político. Será el proyecto de compromiso, con su correspondiente seguimiento, el que hablando a un ritmo más lento del de las palabras, nos diga algo más profundo de esa persona que practica la política.
Se aprecian entonces dos niveles, progresivos. El político debe ser sensible a los problemas de la gente, y su responsabilidad con esa gente será la de estar allí, aunque ese estar allí sea impopular en lo público y complicado a un plano personal. El segundo nivel consiste en implicarse en los problemas, y más que eso ser capaz de evaluar sus posibilidades reales de influencia sobre el asunto, siendo transparente sobre estas expectativas.
El nivel sensible afecta al campo de lo simbólico y lo psicológico en el receptor, el nivel que implica implicación acumula además de los anteriores un significado más pragmático.