domingo, 5 de junio de 2022

Guerra, COVID y paradigmas sociales

Seguimos la actualidad con preocupación, ver una guerra un poquito más de cerca no es lo mismo que verla en otro continente. La misma barbarie pero distinta sensibilidad.

Con odio, porque no entiendo cómo alguien un día se levanta y dice: vamos a iniciar algo en lo que van a morir miles de personas, hombres, mujeres, niños, provocando un dolor difícilmente describible. ¿Para qué? Para intentar anexionarme un buen trozo de tierra quemada (no es que Rusia sea un país pequeño...). Y mandaré a luchar a gente que no tiene ni un odio especial ni unas ganas especiales de luchar, contra gente que no tiene ninguna gana de luchar pero tampoco ninguna gana de morir. Y ya entre ellos (y sus familias) que se distribuyan entre muertos, vivos y rotos.

Con admiración, porque cuando se despierta lo peor de la humanidad también se despierta lo mejor, y hay gente que se juega la vida para ayudar, y gente que no se juega la vida pero ayuda y se entrega a cuidar y dar una sonrisa.

Pero quería hablar hoy de dos actitudes que me han llamado mucho la atención y que he ido escuchando.

Contaba un corresponsal en Kiev, en plena conexión en directo (en ese momento) que estaba comenzando la guerra, que empezaban a sonar las primeras sirenas antiaéreas, acababa de empezar la invasión. Decía que en esos primeros momentos la gente reaccionaba de formas diversas, mientras algunos corrían por las calles había bastante gente que seguía con relativa calma su quehacer en la calle, sacando dinero de cajeros, o paseando con calma. Infiero de este poquito que una facultad humana es resistirnos al cambio, y que en la cabeza de muchos no cabía la idea de pasar de un estado de paz a un estado de guerra, no interiorizamos demasiado rápido cambios tan profundos (lo que viene siendo una fase de negación).

Un segundo testimonio que escuché días después era una entrevista en una maternidad donde una madre decía que después de unos días de mucho miedo y bombas comenzaba a acostumbrarse a estar en una zona de guerra, que en el último par de días había escuchado una menor intensidad en el lanzamiento de bombas, lo cual hacía que estuviera algo más tranquila. Infiero de este otro poquito que una vez que todo ha cambiado asumimos con una extraña naturalidad la nueva realidad  (lo que viene siendo una fase de aceptación).

¿Probamos a ver estas actitudes en nosotros mismos?: cambiemos guerra por coronavirus, que si bien la guerra en Ucrania está cerca, la pandemia del coronavirus nos la hemos comido como el resto del mundo: hubiera estado bien hacer(nos) entrevistas antes y después de los confinamientos. Si alguien nos hubiera dicho que el día a día de nuestra ciudad y nuestro país se iba a PARAR, paralizando casi toda la actividad, pasando más de un mes encerrados en nuestras casas saliendo con miedo a hacer las mínimas compras de subsistencia... No podemos preguntar a nuestro yo de antes, pero ese escenario descrito lo hubiéramos descartado por absurdo e imposible. ¿O no?

Pero pasó, y ya después lo hemos asimilado y aparte del cansancio y del hastío lo vivimos con una cierta naturalidad, no nos es tan extraño como nos hubiera sido antes. Aceptamos (con el morro torcido, pero aceptamos) las nuevas normas.

Asusta la docilidad social que tenemos: hasta que no ha pasado (lo que sea) lo negamos. Y cuando ya no hay forma de negarlo lo aceptamos como algo natural.