Pensemos en nuestra sociedad y en la evolución que ha venido
mostrando en los últimos 10-15 años. Las nuevas formas de comunicación y acceso
a la información han reconfigurado nuestra relación con el mundo, más a las
generaciones más jóvenes, pero a todas de alguna forma. Nos movemos a ritmo de WhatsApp,
Facebook o YouTube; lo denominado “viral” podría verse como estandarte de un no
nuevo pero sí acentuado paradigma: vivimos la anécdota y el instante, si algo
en internet no puede resumirse en un video de 2 minutos es muy probable que se
condene al ostracismo; y sin olvidar que esos 2 minutos pueden ser demasiado eternos,
triunfan más los gifs animados, los caracteres limitados de Twitter, o lo
efímero de Snapchat. Consumimos titulares y anécdotas, nos encanta el dardo
preciso, envenenado o gracioso. Adoramos en definitiva el instante, es el
triunfo del Nesquik sobre el Cola-Cao, ¿quién quiere dar vueltas de más?
Quizás no podamos culpar a la política por replicar este
modelo imperante, porque los políticos se mueven a ritmo de golpe de efecto, y
no hace falta hablar de Trump y de Twitter para entenderlo, o para explicar que
el paradigma equivalente viene a decir que si algo no puede resumirse en una
frase triunfante quizás no merezca la pena hacerlo, lucharlo o pretender
explicarlo. Y con ello olvidamos cosas fundamentales: hay haceres políticos que
están condenados a ser polémicos, porque no todos estarán o estaremos de
acuerdo, hay semillas que deben plantarse y no crecen en el inmediato como
utopía, decir lo contrario es un engaño, pero un engaño que nos hacemos más
nosotros como sociedad que ellos como políticos. Habitamos enfermizamente lo
conciso, habitamos consentidamente lo inexacto. Y antes de acusar a nadie, no
conviene olvidar el papel que cumple la sociedad como correa de transmisión.
Quién iba a decir que hoy viernes me viera defendiendo a
nuestra clase política…