martes, 19 de octubre de 2010

Sensibilidad e implicación

El buen político debe afrontar con el mismo nivel de compromiso las responsabilidades públicas derivadas de su cargo, sean estas agradables o desagradables; es decir, el político deberá dar la cara en los momentos difíciles como también la da en los momentos fáciles. El nivel de compromiso del político debe siempre superar su propio plano personal, pues el político debe ser entendido como una persona pública. Esto significa que existen dos planos de realidad que necesariamente deben ser separados y generalmente aislados, y no hablo de la vida personal y la vida política, hablo de la actitud implicada como paso siguiente a la actitud sensible; no es suficiente que el político sufra con un problema de cierto colectivo, es necesario que calibre su posibilidad de influencia y dé cuentas de esas expectativas. Que un político se interese por un problema de la ciudadanía o de un colectivo concreto puede llegar a dar cuenta de la valía moral del político como persona (lo cual es algo que nunca debe ser despreciado), pero no nos dice mucho de la valía del político como político. Será el proyecto de compromiso, con su correspondiente seguimiento, el que hablando a un ritmo más lento del de las palabras, nos diga algo más profundo de esa persona que practica la política.
Se aprecian entonces dos niveles, progresivos. El político debe ser sensible a los problemas de la gente, y su responsabilidad con esa gente será la de estar allí, aunque ese estar allí sea impopular en lo público y complicado a un plano personal. El segundo nivel consiste en implicarse en los problemas, y más que eso ser capaz de evaluar sus posibilidades reales de influencia sobre el asunto, siendo transparente sobre estas expectativas.
El nivel sensible afecta al campo de lo simbólico y lo psicológico en el receptor, el nivel que implica implicación acumula además de los anteriores un significado más pragmático.

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