No caben palabras de autocomplacencia después de más de 200 muertos, deben saber que ahí no entran las palabras bonitas, suenan a chiste de mal gusto. No pueden hablar con redondeces para describir las aristas de la realidad. No pueden montar un juego en el que cada uno acusa al otro en lo global, dejando entrever que ellos hicieron lo correcto y que las muertes competen al otro. Dan puro asco. Dan puto asco.
Abundan negligencias suficientes para que todos sientan el pecado cerca y muestren un poco de humanidad, y no esa tosca estrategia de pureza con hedor a muerte. Deberían reconocer errores y sentarse para hacer un pacto de sangre para que nunca vuelva a ocurrir así.
Porque el agua volverá, eso no lo dudamos. Pero nos debe encontrar eficientes, habitantes del siglo XXI. Tecnológicamente preparados. Enterremos en ese lodo los egos, sus egos, y permitan sus señorías que se creen protocolos tecnócratas en el que nadie tenga que salir de un restaurante para evaluar si le interesa declarar o no una emergencia nacional, y nadie diga que pone a disposición los medios necesarios si se solicitan, y nadie, en definitiva, mate por inoperancia e incomparecencia, no dejándoles NUNCA la opción de evaluar si decir o no una palabra les va a enfangar metafóricamente. Mientras la gente muere.
Hace unos 20 años, un joven ingeniero que hoy escribe este blog, acudió a un centro de gestión de incendios. Ya entonces, en esa comunidad autónoma, cualquier conato de incendio se evaluaba desde todos los ángulos técnicos posibles, anticipando su peligrosidad en base a la orografía, condiciones climáticas en tiempo real (temperatura, viento...), creando un modelo capaz de prever la evolución del fuego, y si se estimaba una alta probabilidad de peligro se enviaba, de forma automática (sin mediación política) un helicóptero para iniciar las tareas de extinción y estimar si se requería un mayor número de medios.
Hace 20 años.
Por eso esto a muchos nos parece atávico, de otra era. Personas presas de una catástrofe natural aisladas durante más de 4 días, sin ejército, ni helicópteros, ni médicos, ni nada. Bomberos franceses llegando los primeros a alguna localidad. Vuelve a parecer un chiste malo. Política bizarra.
Y volvamos a ellos, en sus escaños, o asientos, o sillones, igual da. Hablando de cosas y de palabras, asignando culpas siempre a ellos. Diciendo palabras bonitas contra los otros, ellos, siempre, sobre los que echan esas culpas mutuas. Pena de grito sordo el mío, porque a mí me avergüenzan en cada célula, me hacen, creo que justificadamente, odiarles.
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