Mostrando entradas con la etiqueta posverdad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta posverdad. Mostrar todas las entradas

miércoles, 12 de junio de 2024

La camiseta de Zelenski

Veo un encuentro oficial entre dos presidentes, uno de ellos en camiseta. Son tiempos de guerra (allí), no está la cosa para guardar formas ni excesivos protocolos, todo debe hablar, hasta la indumentaria. Queda patente la diferencia entre lo importante y lo accesorio, más que nada lo accesorio, lo que sobra.

Damos un valor al protocolo que no lo tiene, pero se lo damos. No llevar traje en algunas circunstancias se interpreta como una falta de respeto. O no llevar corbata, o limitar la cortesía, vete tú a saber.

La mujer del César no solo debe ser sino parecer, se dice. Nos hemos quedado más con lo segundo que con lo primero. En ocasiones olvidamos la esencia para quedarnos con la apariencia. La (ya casi denostada) posverdad va por ahí: da igual todo, pero las formas importan, contradícete, pero con elegancia.

Y es triste, pero ahí habitamos, perdemos la esencia, guardamos la apariencia. En ese lugar residen gran parte de nuestros debates de primera línea política, ofendámonos con pudor mientras actuamos más allá de la ética.

miércoles, 26 de abril de 2023

Primer día de cole

Da igual que lo haya vivido ya más veces. El primer día de cole de mi pequeño es un día especial, tan pequeño, y con su uniforme, primera vez que se lo pone. Vuelan las fotos, enviándolas a los abuelos y a gente cercana. Le queda tan bien... le hace mayor, ya como sus hermanos. No aprendo que esa novedad que fotografío va a ser la tónica general a partir de ahora. La foto que ahora veo con un aura de grandiosa frescura es la nueva realidad. Un mes después miraré la foto y en mis ojos no habitará esa tierna sorpresa, más bien una habitualidad apuntalada con la lenta reiteración de los minutos.

¿Y qué es aquello que no acabo de aprender? Que la novedad sorprende, claro, casi por definición. Pero que el día después, la novedad ya ha perdido parte de su brillo, y ya no requiere con tanta ansia mi atención... y que dos días después quizás ni me moleste en mirarla.

Esto la gente que se dedica a tratar con la gente lo sabe, juegan con ello y juegan con nosotros. Dos días después perdemos la atención y diluimos el enfado: seguimos siendo un poco rebaño, y como tal se nos pastorea.

Leamos, opinemos, discrepemos, desconfiemos. Derroquemos la posverdad.

jueves, 24 de diciembre de 2020

La política y Pau Donés

Escucho desde hace un tiempo un par de canciones de Pau Donés. Nunca seguí a este músico, ni a él ni a su obra, pero por sus especiales circunstancias fijé recientemente mi atención en él. En sus últimos días y meses siguió con una llamativa obstinación haciendo su arte, sabiéndose desahuciado pero mostrando a la vez su música y su tozudez. Dudo que tuviera intereses comerciales detrás, poco le importaría todo eso ya. Mejor o peor, más bonito o más feo (a mí me parece bonito) me fascinó la pureza de su empeño.

Hoy día, en nuestra sociedad, encontrar una veta pura de algo, sin elementos espurios, es complicado, no tanto porque no existan, sino por la sombra de sospecha que hemos consagrado en torno a todo: las palabras son cambiantes, las emociones ambiguas e indefinidas, nuestro altruismo cotiza en instagram... nuestra sociedad se cimenta también sobre hipocresías. Cuestiono la aparente pureza de casi todo lo que veo. Lo cual no significa que no exista lo bello y lo sublime (la belleza es muchas veces hermosamente sucia). 

Hablando ya de política estamos en una sociedad desde la que dudo que se ejerzan los ideales. Se inmiscuyen el poder, el ego, intereses económicos, buenas intenciones (por qué no), envidias, inercias, corporativismos... y de ello salen cosas buenas, regulares o malas. No hay ningún político al que admire, ya no, no se prodigan en ser coherentes, sino funcionales, no tratan de defender verdades, sino de negociar intereses, no hay ideales, tan solo eslóganes y mercado, más acertado sería hablar de marcas que de siglas. Y esta es la sociedad que hemos construido, en la que el canto de un moribundo luce con furor.

Estamos sin referentes, sí, políticos, pero también (tampoco) sociales: no hay figuras que se admiren por su (maldita) coherencia, al menos no muchas. Hubo un tiempo en el que se creía en esa metáfora de la semilla, que muere para dar vida. Los valores que hoy nos rigen no permiten que nadie renuncie a la búsqueda del éxito constante y sostenido, no se nos ha enseñado a renunciar para conseguir, y eso va en contra de la sinceridad, tan disfuncional, y a favor de la posverdad, tan ambigua. Y ahí vivimos, entre quejas y disfrutes, ciertamente desorientados sin entender con exactitud qué es lo que somos o qué es lo que podemos exigir. El resto son aromas de un pasado que aún nos evoca algo.

Gracias Pau por ser luz.

domingo, 22 de diciembre de 2019

Bendita hemeroteca: el lenguaje como moneda devaluada


De un tiempo a esta parte se han instaurado costumbres periodísticas basadas en la comparación de declaraciones de una misma personalidad política en diferentes momentos, maldita hemeroteca, por hacer branding, bendita hemeroteca diría yo, y de esta actividad podemos resumir que:
  • Declaraciones contradictorias, según el interés del momento, son la tónica general de nuestro funcionamiento político. El que hoy defiende A, mañana denigra A, según haya cambiado alguna coyuntura. Y el que ayer atacaba B, hoy defiende B, y lo explica con una naturalidad pasmosa, con argumentos autoevidentes.
  • Sabiendo lo anterior, tan generalizado, nadie hace por que pase algo, no hay una responsabilidad detrás, nadie exige la más mínima responsabilidad, tan solo se usa como metralla cruzada.
  • Nadie hace nada porque la práctica totalidad de los actores políticos está en el mismo juego, todos parecen tener los principios a los que aludía Groucho, que si no gustaban siempre tenía otros. Y el que está limpio tiene como mochila un partido con gruesas contradicciones al que tiene que defender si quiere mantenerse en su estructura.
  • A los votantes parece que nos vale, es como un ruido ambiente. Como todos están en lo mismo es como si ninguno tuviera culpa, y en definitiva no pasa nada.
  • El drama está en que aceptamos vivir en las palabras precarias, sin compromiso, coyunturales, hemos aceptado el divorcio en la verdad. Una verdad ya no es hasta que la muerte nos separe (hasta que el universo deje de existir), una verdad es hoy verdad hasta el momento en que ya nos interese, entonces haremos un divorcio exprés y constituiremos una verdad alternativa, distinta más adaptada a nuestros intereses en ese momento (¿la famosa posverdad?)
  • Estamos perdiendo la utilidad del lenguaje, lo estamos subyugando en exceso a nuestros intereses. Hablar gozaba de una cierta objetividad, al decir que algo es azul describimos algo objetivo, ajeno a juicios. Hoy lo estamos reconvirtiendo a algo transitorio, perentorio, poco de fiar. Lo que antes valía como palabra hoy necesitamos firmas y certificados, para poder fiarnos. La palabra es moneda devaluada, no sirve para comprar certezas.
El análisis debería ser más amplio y no ceñirse únicamente al ámbito político. Sí es cierto que en este ámbito se expresa y se aprecia sin tapujos. Pero intuyo que es un síntoma que concierne al conjunto de la sociedad, a dinámicas que ocurren muy dentro de nuestro funcionamiento como cultura y sociedad.