sábado, 8 de marzo de 2025

La política, la fuerza y la locura

La política no deja de basarse en la previsibilidad, y esta se trabaja desde la diplomacia, que es el arte de suavizar las aristas de la realidad, construyendo así una versión más light de lo que hay, llevando lo indistinguible con lo que pudo ser a terreno propio. Se establece un ancla hacia la lógica; y el interés, que es lógico. Pero desde lo suave, es la premisa.

La locura aporta aleatoriedad e incertidumbre, en ciertos períodos no son caminos habitualmente trillados. La estrategia, como en el ajedrez, permite anticipar movimientos, al menos los más cercanos. Perdiendo eso nos acercamos al caos, y el caos en política suele ser autodestructivo, o destructivo, depende. 

Depende de la fuerza: el que controla la fuerza controla las direcciones, posee la rosa de los vientos, lo cual es como el santo grial, no puede caer en manos equivocadas.

Cuando la fuerza se une al caos, se genera, en ese punto (y para ese punto), una posición infinitamente ventajosa. Ahí, en ese momento, estamos perdidos, sabemos que si Trump se levanta de mal humor puede invadir Polonia, antes del desayuno, me refiero. Y el resto es prosa, porque lo suyo es poesía, de la mala, pero por vena, fuerte, y despiadada. Marcando el ritmo de una marcha militar, con compases hacia delante y hacia atrás.

Con la fuerza y la locura las palabras se redefinen para significar lo que uno quiera. Es un asunto de poderío y sumisión, lo cual asusta, como siempre ha pasado.

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