miércoles, 26 de abril de 2023

Primer día de cole

Da igual que lo haya vivido ya más veces. El primer día de cole de mi pequeño es un día especial, tan pequeño, y con su uniforme, primera vez que se lo pone. Vuelan las fotos, enviándolas a los abuelos y a gente cercana. Le queda tan bien... le hace mayor, ya como sus hermanos. No aprendo que esa novedad que fotografío va a ser la tónica general a partir de ahora. La foto que ahora veo con un aura de grandiosa frescura es la nueva realidad. Un mes después miraré la foto y en mis ojos no habitará esa tierna sorpresa, más bien una habitualidad apuntalada con la lenta reiteración de los minutos.

¿Y qué es aquello que no acabo de aprender? Que la novedad sorprende, claro, casi por definición. Pero que el día después, la novedad ya ha perdido parte de su brillo, y ya no requiere con tanta ansia mi atención... y que dos días después quizás ni me moleste en mirarla.

Esto la gente que se dedica a tratar con la gente lo sabe, juegan con ello y juegan con nosotros. Dos días después perdemos la atención y diluimos el enfado: seguimos siendo un poco rebaño, y como tal se nos pastorea.

Leamos, opinemos, discrepemos, desconfiemos. Derroquemos la posverdad.

sábado, 18 de marzo de 2023

Palabras e imágenes: fin de un reinado

 1.

Venimos de la palabra. La hemos usado, empleado, subcontratado, condecorado y violado. Al menos. No la hemos condenado, la necesitamos. Pero ha sido profundamente devaluada. Si salimos de su uso coloquial, necesitamos firmas digitales y juramentos para confirmar su valía. (¿Su reinado? Unos miles de años).

Nos pareció más fiable la imagen, más verídica, "una imagen vale más que mil palabras" (nos vendieron), los artículos periodísticos venían acompañados de imágenes, para corroborar la idea esbozada con palabras. Nuestro cerebro analiza tanto la información evidente como los pequeños detalles, y no deja de ser capaz de interpolar para crear una representación de esa realidad que se nos arroja ante los ojos. Pero perdimos también la imagen, los famosos retoques de photoshop de los famosos, por ejemplo; el arte de la falsificación llegó para quedarse. No te fíes de las imágenes, parece que nos dijeron, cualquier cosa que veas puede ser una (bonita, perversa... elige el adjetivo) mentira. (¿Su reinado? Apenas dos siglos).

Y por fin (spoiler) perdemos la imagen en movimiento (el video) ese baluarte de sensatez y de lo verdadero. Un video podía comenzar una revuelta. Un presidente condenando un atentado, o respondiendo a un país, un actor con unas desafortunadas declaraciones, un caso de violencia policial... hasta ahora había sido irrefutable. Hoy estamos en la antesala (deepfake) de otro imperio caído. (¿Su reinado? Apenas un siglo).

2.

Hoy no pondríamos la mano en el fuego por ninguna palabra que nadie dijera, por ninguna imagen ni por ningún video que viéramos. Nos arrojan a un terreno donde reina la desconfianza. No hay formas de comunicación que no puedan ser falseadas. Internet no ha contribuido a ello (¡bienvenidos a la información y a la desinformación!). ¿Dónde nos deja? En un período previo a la Ilustración (la cual se definió como por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón). La dualidad en la que vivimos no es fácil de manejar, nunca tuvimos más acceso a la información y a la desinformación como ahora. Y no se nos ha educado en ello. Las humanidades pierden fuerza, las universidades (aquí) se orientan a lo práctico. No nos han educado para tener criterio, para cuestionarnos nada. Vivimos la época que se puede resumir en ese eslogan de Kodak: "you press the button, we do the rest", lo cual se traduce en un gigantesco: "No pienses".

Necesitamos un (difícil) cambio, no hay masa crítica para ello, pero estamos hipotecando el futuro de nuestra sociedad. Yo pongo el (sordo) preámbulo, pero hacen falta pasos.


viernes, 30 de diciembre de 2022

Paulov y las escaleras mecánicas

Hoy en abstracto, con lo que me gusta:

Para los que habitamos grandes urbes o acostumbramos grandes centros comerciales, o los que, simplemente subimos en ocasiones por escaleras mecánicas.

Imagino que a todos nos ha pasado experimentar la extraña sensación de subir una escalera mecánica estropeada. Esa torpeza con la que abordamos cada escalón, sobre todos los primeros... Evaluando sin precisión la cercanía del siguiente escalón al que se aproxima nuestro pie.

Objetivamente es incomprensible. Vamos a subir una escalera que sabemos y vemos que está estropeada, por lo que no se mueve de forma automática, queremos afrontarla como una escalera normal y subir peldaño a peldaño, un reto sin ningún atisbo de dificultad. Y ahí nos vemos, calculando erróneamente una cotidianidad.

Nuestro cerebro está entrenado para hacer los movimientos precisos para subir una escalera mecánica sin ningún problema, recalcula en segundo plano parámetros diversos asociados a la velocidad y el equilibrio de forma que nuestro proceder, en condiciones normales, es vulgarmente armonioso.

Desaprender eso nos cuesta mucho, pese a dedicarle atención y consciencia (sabemos que está estropeada), tendemos a repetir los patrones aprendidos. Tenemos en nuestra psique una resistencia al cambio, nos puede costar reaprender una sencilla (pero diferente) nueva lógica.

Las analogías con la vida real las dejo para cada uno.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Desobediencia

Nos han educado obedientes, eso se nos pide.  La rebelión tan solo se idealiza levemente como pecado de juventud; o en el cine como respuesta a la opresión. Suerte que en nuestra sociedad se nos invita a un adormecimiento monoxidocarbonatado: seamos clase media tranquila, sin sobresaltos; el sindicalismo se tornó obsoleto en algún momento, no hace falta luchar, tan solo una buena plataforma de streaming y una mantita. Paguemos nuestros impuestos y desahoguémonos en Twitter. Seamos productivos y complacientes. Respiremos tranquilidad y orden, desconfiemos de los alarmismos que tratan de confundirnos (entendamos anarquismo cuando escuchemos alarmismo). Se nos pide obediencia, es lo más útil... para algunos.

¿Y si considerásemos la desobediencia? ¿Y si nos planteáremos otra realidad ajena a ese orden aparente? Cierto es que no vivimos en la jungla, pero los desajustes son muchos, y las injusticias aún más. La desobediencia es peligrosa, altera el orden, pero puede que no desobedecer sea aún peor. 

Consideremos la desobediencia como una opción político-personal. Tiene un precio y un castigo, pero es necesaria dentro de un conciencia crítica social. Nuestra sociedad está acentuando lo políticamente correcto, se torna revisionista con el pasado reciente, vigilante desde las redes sociales, castigando cualquier desviación de la moral imperante. Se busca agrupar el rebaño, y al que se sale le ladran.

Desobedezcamos desde el respeto, es un derecho que nos han aprendido a olvidar. Con cabeza, con lógica, pero desobedezcamos. 

@EsRebelCientif

sábado, 15 de octubre de 2022

Tesla (y política)

Me gustaría que la política fuera como el Autopilot de Tesla. Ni tengo un Tesla ni he probado nunca su Autopilot pero algo sé de los niveles de conducción autónoma y la analogía salta por sí misma.

Me gustaría una política en la que la cotidianidad fuera pilotada por una inteligencia artificial objetiva, basada en información de “sensores”, y que desterrara la subjetividad que con tan poco gusto arrastran los políticos. Me gustaría que corrupción, amiguismo, tráfico de influencias, egos desmesurados y tantos otros conceptos fueran desterrados del algoritmo de la realidad, desacreditados desde un código de programación. 

Que tan solo la ideología, nos pese o no, fuera un parámetro configurable (como lo es la ética en la conducción autónoma), porque, aun con ese incómodo acercamiento, izquierdas y derechas propugnan paradigmas (similares pero) con diferencias. Y si, entrando en uno de los miles de detalles, y sirviendo como ejemplo, la derecha enarbola un castigo punitivo ante los que han cometido un delito, la izquierda por contra sabemos que defenderá un emblema de reinserción; los fondos disponibles para lo allí pertinente deberán, por tanto, distribuirse de forma diferente según la ideología gobernante. Pero que, en cualquier caso, eso se distribuya con juicio y criterio, algo que, por lo que se ve, es ajeno en muchos casos a nuestra limitada capacidad humana.

Me asustaría que la conducción autónoma en la política sea total y nos dejásemos gobernar por máquinas y algoritmos, me gusta que las sartenes sigan teniendo un mango a través del cual seguir teniendo un control rápido y total si de pronto se nos quema la comida; pero, por favor, inducción, autopilot o algo. Lo necesitamos.


sábado, 3 de septiembre de 2022

Devaluación de la imagen


Estamos inmersos en un proceso de devaluación gradual de la imagen. Esto llega después de una lenta culminación del proceso de devaluación de la palabra, lo cual ya lo hemos comentado en entradas anteriores. La palabra tiene un valor escaso, hay que dar mucha palabra para poder confiar en ella (¿sería un proceso de inflación?), o generalmente, reforzarla con escritos y rúbricas, para dar fe de una legitimación no implícita en la propia palabra. La fiabilidad se ha externalizado, viene ajena a la propia palabra.

No es atrevido predecir que, dentro del proceso que ya se ha iniciado, la imagen irá perdiendo esa posición privilegiada que había afianzado tras el declive de la palabra (una imagen vale más que mil palabras se decía), la inteligencia artificial y diversas tecnologías actuales están permitiendo manipular las imágenes y los videos hasta niveles impensables y desconocidos hasta hace poco. La confianza en la imagen se va a ver progresivamente deteriorada. En breve tecnología de andar por casa nos permitirá a cada uno de nosotros hacer que cualquier actor, presidente o personaje público diga la barbaridad que se nos ocurra, o ponerle en cualquier situación comprometida. Esto será inicialmente novedoso, anecdótico, gracioso, inoportuno y culminará necesariamente con la consiguiente pérdida de confianza en lo visual. 

Si perdemos confianza en la palabra primero y en la imagen después, estamos perdiendo mucho, es motivo para reflexionar sobre los valores sobre los que fundamentamos la sociedad, precarizando elementos inamovibles durante siglos, y sin visos de alternativas sustitutivas que cumplan la misma función. Y dado que no dejaremos de convivir con imágenes y palabras, será nuestra constitución mental la que irá cambiando y adaptándose a un algo diferente que a mí me cuesta analizar.

domingo, 5 de junio de 2022

Guerra, COVID y paradigmas sociales

Seguimos la actualidad con preocupación, ver una guerra un poquito más de cerca no es lo mismo que verla en otro continente. La misma barbarie pero distinta sensibilidad.

Con odio, porque no entiendo cómo alguien un día se levanta y dice: vamos a iniciar algo en lo que van a morir miles de personas, hombres, mujeres, niños, provocando un dolor difícilmente describible. ¿Para qué? Para intentar anexionarme un buen trozo de tierra quemada (no es que Rusia sea un país pequeño...). Y mandaré a luchar a gente que no tiene ni un odio especial ni unas ganas especiales de luchar, contra gente que no tiene ninguna gana de luchar pero tampoco ninguna gana de morir. Y ya entre ellos (y sus familias) que se distribuyan entre muertos, vivos y rotos.

Con admiración, porque cuando se despierta lo peor de la humanidad también se despierta lo mejor, y hay gente que se juega la vida para ayudar, y gente que no se juega la vida pero ayuda y se entrega a cuidar y dar una sonrisa.

Pero quería hablar hoy de dos actitudes que me han llamado mucho la atención y que he ido escuchando.

Contaba un corresponsal en Kiev, en plena conexión en directo (en ese momento) que estaba comenzando la guerra, que empezaban a sonar las primeras sirenas antiaéreas, acababa de empezar la invasión. Decía que en esos primeros momentos la gente reaccionaba de formas diversas, mientras algunos corrían por las calles había bastante gente que seguía con relativa calma su quehacer en la calle, sacando dinero de cajeros, o paseando con calma. Infiero de este poquito que una facultad humana es resistirnos al cambio, y que en la cabeza de muchos no cabía la idea de pasar de un estado de paz a un estado de guerra, no interiorizamos demasiado rápido cambios tan profundos (lo que viene siendo una fase de negación).

Un segundo testimonio que escuché días después era una entrevista en una maternidad donde una madre decía que después de unos días de mucho miedo y bombas comenzaba a acostumbrarse a estar en una zona de guerra, que en el último par de días había escuchado una menor intensidad en el lanzamiento de bombas, lo cual hacía que estuviera algo más tranquila. Infiero de este otro poquito que una vez que todo ha cambiado asumimos con una extraña naturalidad la nueva realidad  (lo que viene siendo una fase de aceptación).

¿Probamos a ver estas actitudes en nosotros mismos?: cambiemos guerra por coronavirus, que si bien la guerra en Ucrania está cerca, la pandemia del coronavirus nos la hemos comido como el resto del mundo: hubiera estado bien hacer(nos) entrevistas antes y después de los confinamientos. Si alguien nos hubiera dicho que el día a día de nuestra ciudad y nuestro país se iba a PARAR, paralizando casi toda la actividad, pasando más de un mes encerrados en nuestras casas saliendo con miedo a hacer las mínimas compras de subsistencia... No podemos preguntar a nuestro yo de antes, pero ese escenario descrito lo hubiéramos descartado por absurdo e imposible. ¿O no?

Pero pasó, y ya después lo hemos asimilado y aparte del cansancio y del hastío lo vivimos con una cierta naturalidad, no nos es tan extraño como nos hubiera sido antes. Aceptamos (con el morro torcido, pero aceptamos) las nuevas normas.

Asusta la docilidad social que tenemos: hasta que no ha pasado (lo que sea) lo negamos. Y cuando ya no hay forma de negarlo lo aceptamos como algo natural.