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sábado, 18 de marzo de 2023

Palabras e imágenes: fin de un reinado

 1.

Venimos de la palabra. La hemos usado, empleado, subcontratado, condecorado y violado. Al menos. No la hemos condenado, la necesitamos. Pero ha sido profundamente devaluada. Si salimos de su uso coloquial, necesitamos firmas digitales y juramentos para confirmar su valía. (¿Su reinado? Unos miles de años).

Nos pareció más fiable la imagen, más verídica, "una imagen vale más que mil palabras" (nos vendieron), los artículos periodísticos venían acompañados de imágenes, para corroborar la idea esbozada con palabras. Nuestro cerebro analiza tanto la información evidente como los pequeños detalles, y no deja de ser capaz de interpolar para crear una representación de esa realidad que se nos arroja ante los ojos. Pero perdimos también la imagen, los famosos retoques de photoshop de los famosos, por ejemplo; el arte de la falsificación llegó para quedarse. No te fíes de las imágenes, parece que nos dijeron, cualquier cosa que veas puede ser una (bonita, perversa... elige el adjetivo) mentira. (¿Su reinado? Apenas dos siglos).

Y por fin (spoiler) perdemos la imagen en movimiento (el video) ese baluarte de sensatez y de lo verdadero. Un video podía comenzar una revuelta. Un presidente condenando un atentado, o respondiendo a un país, un actor con unas desafortunadas declaraciones, un caso de violencia policial... hasta ahora había sido irrefutable. Hoy estamos en la antesala (deepfake) de otro imperio caído. (¿Su reinado? Apenas un siglo).

2.

Hoy no pondríamos la mano en el fuego por ninguna palabra que nadie dijera, por ninguna imagen ni por ningún video que viéramos. Nos arrojan a un terreno donde reina la desconfianza. No hay formas de comunicación que no puedan ser falseadas. Internet no ha contribuido a ello (¡bienvenidos a la información y a la desinformación!). ¿Dónde nos deja? En un período previo a la Ilustración (la cual se definió como por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón). La dualidad en la que vivimos no es fácil de manejar, nunca tuvimos más acceso a la información y a la desinformación como ahora. Y no se nos ha educado en ello. Las humanidades pierden fuerza, las universidades (aquí) se orientan a lo práctico. No nos han educado para tener criterio, para cuestionarnos nada. Vivimos la época que se puede resumir en ese eslogan de Kodak: "you press the button, we do the rest", lo cual se traduce en un gigantesco: "No pienses".

Necesitamos un (difícil) cambio, no hay masa crítica para ello, pero estamos hipotecando el futuro de nuestra sociedad. Yo pongo el (sordo) preámbulo, pero hacen falta pasos.


sábado, 3 de septiembre de 2022

Devaluación de la imagen


Estamos inmersos en un proceso de devaluación gradual de la imagen. Esto llega después de una lenta culminación del proceso de devaluación de la palabra, lo cual ya lo hemos comentado en entradas anteriores. La palabra tiene un valor escaso, hay que dar mucha palabra para poder confiar en ella (¿sería un proceso de inflación?), o generalmente, reforzarla con escritos y rúbricas, para dar fe de una legitimación no implícita en la propia palabra. La fiabilidad se ha externalizado, viene ajena a la propia palabra.

No es atrevido predecir que, dentro del proceso que ya se ha iniciado, la imagen irá perdiendo esa posición privilegiada que había afianzado tras el declive de la palabra (una imagen vale más que mil palabras se decía), la inteligencia artificial y diversas tecnologías actuales están permitiendo manipular las imágenes y los videos hasta niveles impensables y desconocidos hasta hace poco. La confianza en la imagen se va a ver progresivamente deteriorada. En breve tecnología de andar por casa nos permitirá a cada uno de nosotros hacer que cualquier actor, presidente o personaje público diga la barbaridad que se nos ocurra, o ponerle en cualquier situación comprometida. Esto será inicialmente novedoso, anecdótico, gracioso, inoportuno y culminará necesariamente con la consiguiente pérdida de confianza en lo visual. 

Si perdemos confianza en la palabra primero y en la imagen después, estamos perdiendo mucho, es motivo para reflexionar sobre los valores sobre los que fundamentamos la sociedad, precarizando elementos inamovibles durante siglos, y sin visos de alternativas sustitutivas que cumplan la misma función. Y dado que no dejaremos de convivir con imágenes y palabras, será nuestra constitución mental la que irá cambiando y adaptándose a un algo diferente que a mí me cuesta analizar.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Lenguaje y política


Siempre he sido un defensor acérrimo del lenguaje, de las palabras, reivindicando su correcto su uso, su mimo; buscando la precisión para decir lo que se quiere decir.
Pero al final, a fuerza de verlo, te das cuenta que el lenguaje se compone, además de palabras, de intenciones, de imprecisiones, conscientes e inconscientes. Es útil su mal uso, la precisión es absolutamente indeseada en casi todos los ámbitos, o como poco alegremente prescindible.
Diría que hay dos usos del lenguaje (con mezclas infinitas entre medias): uno, en el que el uso del lenguaje engloba una finalidad en sí, en el que se acepta las normas y se utilizan palabras para expresar; y otro uso sería en el que se asume el lenguaje como algo meramente instrumental, como un recurso más dentro de algo más amplio. Y explico este segundo caso con un ejemplo, y así hablamos un poco de política:
En política se ha convertido en un arte el uso instrumental del lenguaje. Las palabras sirven para todo, para defender hoy una cosa y para defender mañana la contraria (por lo tanto no valen para nada). Toda la elocuencia que quieren transmitir en cada intervención o discurso se ve enturbiada por la certeza de que se preasume el carácter de papel mojado de las palabras. El protocolo exige que los asuntos se razonen, pero es una cuestión de formas. Hoy defenderé que esto es un sí, pero mañana puede que defienda que por supuesto que es un no. El vestido de ambos está hecho de palabras, así se nos pide, por guardar las apariencias. Pero las intenciones están muy lejos de la sintaxis que utilicen, las palabras no valen nada en sí. Se crea con esto un ambiente de continua desconfianza frente a los discursos políticos, y se lo han ganado a pulso. Podemos recordar el mítico “el metrobús no existe” del Consejero de Transportes de Madrid, daban igual las palabras, fue la estupidez más grande que pudo decir, pero tuvo el completo arropo y el “elocuente” aplauso de sus compañeros de grupo, ahí no se iba a dialogar, se iba a otra cosa, hubiera valido con hacer dos bandos y limitarse a dar gritos simiescos, el sucedáneo hubiera sido perfectamente válido.
Denuncio, diciendo esto, la violación sistemática y casi sistémica del lenguaje. Está provocando una devaluación de una de las monedas más valiosas fruto de nuestra evolución como humanos. Y la política no es un buen ejemplo al respecto, ni los viejos partidos ni los nuevos.
“La política no es un teatrillo”, decía Anguita. Hoy la política es un teatrillo.
La otra opción, a considerar, es que en estos tiempos de la posverdad yo esté comenzando a añorar los discos de vinilo que nunca tuve.

martes, 25 de agosto de 2015

Palabras

Empecemos por el final: las palabras hace mucho que dejaron de ser espejos para ser instrumentos, orientadas siempre por un propósito. Es ya ADN social. La palabra ha pasado de transmitir pensamientos a transmitir intenciones. Tenemos que entender entonces el contexto que habitamos jalonado antes de apariencia que de literalidad.
Los políticos hablan, Dios les dio lengua, y cuando hablan tienen una intención, diferente en cada caso: suelen querer quedar bien y conectar con sus potenciales votantes; suelen querer atacar - desdeñar, a sus contrincantes; suelen mostrarse decorosos frente a lo ilegal; suelen guardar las formas, y no me refiero a los triángulos y a los cuadrados, me refiero a que constantemente intentan conservar una proyección de su ser, como un holograma; acostumbran a dar rodeos lingüísticos para no hollar ciertos tabúes; suelen también ser condescendientes (ellos prefieren pensarse respetuosos); y tienen la costumbre de respetar los protocolos. Para todo ello utilizan palabras: las modulan, las empacan, las atrezzan, y las lanzan a nuestros oídos, que reciben casi la leve forma de la fragancia de media sonrisa desde donde partieron. Suenan muchas veces falsas si las pensamos como palabras. Debemos entenderlas no como sucesiones de letras, sino como intenciones. Ellos han profesionalizado esta enorme perversión del lenguaje a la que la sociedad, a otro nivel, no es ni mucho menos ajena.

Por estos pensamientos extraños míos me cuesta vibrar con cualquier discurso, me cuesta creer cualquier palabra, quiero entender siempre lo que se dice como la tarjeta de visita de lo que se hace. Por eso los miro como las tortugas miran el mar: despacio.