viernes, 1 de mayo de 2020

Infinito

Pensaba yo el otro día, dentro de la vorágine de sentimientos que nos inunda, sobre la extraña sensación de calma o armonía que nos sobreviene cuando estamos en la cima de una montaña, o en una posición bastante elevada respecto al resto, y observamos el horizonte, ancho y vasto. Buscaba yo la explicación de por qué siento un atisbo trascendente cuando veo esas tierras de cultivo, casas, muchas casas, árboles y demás. Comentándolo hoy con un amigo me sugería que podría ser, según había oído alguna vez, un vestigio de un saber ancestral donde, controlando con la vista el horizonte, constatamos la ausencia de cualquier peligro inminente, y como una suerte de mecanismo atávico, activaba esa sensación pausada. Hoy día los peligros no se ven venir como si fueran huestes de soldados, pueden flotar invisibles en el aire, o pueden estar incluso dentro de nuestras cabezas.
En cualquier caso yo creo que la inmensidad que percibimos tiene un efecto calmante, y tiene que ver con la geografía percibida, es una percepción visual; no imagino un ejemplo similar pensando en el sentido del oído, o del olfato. La sensación está ligada al sentido de la vista, y la vista abarca una inmensidad geográfica, con su orografía, con sus millones de píxeles de información relativamente estática, y para mí es más sentirnos parte de esa enorme inmensidad recién constatada lo que nos produce placer. Exagerando no poco podríamos decir: soy los ojos que ven el infinito.

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