sábado, 3 de septiembre de 2022

Devaluación de la imagen


Estamos inmersos en un proceso de devaluación gradual de la imagen. Esto llega después de una lenta culminación del proceso de devaluación de la palabra, lo cual ya lo hemos comentado en entradas anteriores. La palabra tiene un valor escaso, hay que dar mucha palabra para poder confiar en ella (¿sería un proceso de inflación?), o generalmente, reforzarla con escritos y rúbricas, para dar fe de una legitimación no implícita en la propia palabra. La fiabilidad se ha externalizado, viene ajena a la propia palabra.

No es atrevido predecir que, dentro del proceso que ya se ha iniciado, la imagen irá perdiendo esa posición privilegiada que había afianzado tras el declive de la palabra (una imagen vale más que mil palabras se decía), la inteligencia artificial y diversas tecnologías actuales están permitiendo manipular las imágenes y los videos hasta niveles impensables y desconocidos hasta hace poco. La confianza en la imagen se va a ver progresivamente deteriorada. En breve tecnología de andar por casa nos permitirá a cada uno de nosotros hacer que cualquier actor, presidente o personaje público diga la barbaridad que se nos ocurra, o ponerle en cualquier situación comprometida. Esto será inicialmente novedoso, anecdótico, gracioso, inoportuno y culminará necesariamente con la consiguiente pérdida de confianza en lo visual. 

Si perdemos confianza en la palabra primero y en la imagen después, estamos perdiendo mucho, es motivo para reflexionar sobre los valores sobre los que fundamentamos la sociedad, precarizando elementos inamovibles durante siglos, y sin visos de alternativas sustitutivas que cumplan la misma función. Y dado que no dejaremos de convivir con imágenes y palabras, será nuestra constitución mental la que irá cambiando y adaptándose a un algo diferente que a mí me cuesta analizar.

domingo, 5 de junio de 2022

Guerra, COVID y paradigmas sociales

Seguimos la actualidad con preocupación, ver una guerra un poquito más de cerca no es lo mismo que verla en otro continente. La misma barbarie pero distinta sensibilidad.

Con odio, porque no entiendo cómo alguien un día se levanta y dice: vamos a iniciar algo en lo que van a morir miles de personas, hombres, mujeres, niños, provocando un dolor difícilmente describible. ¿Para qué? Para intentar anexionarme un buen trozo de tierra quemada (no es que Rusia sea un país pequeño...). Y mandaré a luchar a gente que no tiene ni un odio especial ni unas ganas especiales de luchar, contra gente que no tiene ninguna gana de luchar pero tampoco ninguna gana de morir. Y ya entre ellos (y sus familias) que se distribuyan entre muertos, vivos y rotos.

Con admiración, porque cuando se despierta lo peor de la humanidad también se despierta lo mejor, y hay gente que se juega la vida para ayudar, y gente que no se juega la vida pero ayuda y se entrega a cuidar y dar una sonrisa.

Pero quería hablar hoy de dos actitudes que me han llamado mucho la atención y que he ido escuchando.

Contaba un corresponsal en Kiev, en plena conexión en directo (en ese momento) que estaba comenzando la guerra, que empezaban a sonar las primeras sirenas antiaéreas, acababa de empezar la invasión. Decía que en esos primeros momentos la gente reaccionaba de formas diversas, mientras algunos corrían por las calles había bastante gente que seguía con relativa calma su quehacer en la calle, sacando dinero de cajeros, o paseando con calma. Infiero de este poquito que una facultad humana es resistirnos al cambio, y que en la cabeza de muchos no cabía la idea de pasar de un estado de paz a un estado de guerra, no interiorizamos demasiado rápido cambios tan profundos (lo que viene siendo una fase de negación).

Un segundo testimonio que escuché días después era una entrevista en una maternidad donde una madre decía que después de unos días de mucho miedo y bombas comenzaba a acostumbrarse a estar en una zona de guerra, que en el último par de días había escuchado una menor intensidad en el lanzamiento de bombas, lo cual hacía que estuviera algo más tranquila. Infiero de este otro poquito que una vez que todo ha cambiado asumimos con una extraña naturalidad la nueva realidad  (lo que viene siendo una fase de aceptación).

¿Probamos a ver estas actitudes en nosotros mismos?: cambiemos guerra por coronavirus, que si bien la guerra en Ucrania está cerca, la pandemia del coronavirus nos la hemos comido como el resto del mundo: hubiera estado bien hacer(nos) entrevistas antes y después de los confinamientos. Si alguien nos hubiera dicho que el día a día de nuestra ciudad y nuestro país se iba a PARAR, paralizando casi toda la actividad, pasando más de un mes encerrados en nuestras casas saliendo con miedo a hacer las mínimas compras de subsistencia... No podemos preguntar a nuestro yo de antes, pero ese escenario descrito lo hubiéramos descartado por absurdo e imposible. ¿O no?

Pero pasó, y ya después lo hemos asimilado y aparte del cansancio y del hastío lo vivimos con una cierta naturalidad, no nos es tan extraño como nos hubiera sido antes. Aceptamos (con el morro torcido, pero aceptamos) las nuevas normas.

Asusta la docilidad social que tenemos: hasta que no ha pasado (lo que sea) lo negamos. Y cuando ya no hay forma de negarlo lo aceptamos como algo natural.

jueves, 17 de marzo de 2022

Vergüenza

He transcrito literalmente el video de una declaración del portavoz del Gobierno de la Comunidad de Madrid, valorando el informe presentado por Cáritas sobre la pobreza en Madrid: 

Estos informes hay que leerlos con muchísima atención, porque el Gobierno Regional estamos para resolver problemas, y especialmente para resolver problemas a la gente más necesitada y por tanto nosotros ponemos el máximo interés en este tipo de informes, lo que sucede es que a veces los lees y luego sales por la calle, ¿no? y dices, oye, pues esto que dice el informe así como que yo no lo veo, ¿no?  entonces yo creo que eso es un error, ese tipo de informes. Insisto, que me encanta que existan para tomar nota y estar pendientes de la población más desfavorecida que es nuestro primer objetivo. Pero esos informes tienen que ser más objetivos y si la población sale a la calle y ve que la Comunidad de Madrid es una región rica, que, mientras que España crece un 5,9% el PIB, Madrid crece el 6,5%, que es la región más rica de España, y que sale a la calle y que ve que existe pobreza y que, insisto, tenemos que luchar contra ella, pero ve, le dicen en Madrid hay tres millones de pobres, pues por dónde estarán (mirando hacia los lados), insisto, a los que haya hay que atenderlos al máximo es nuestra obligación y por eso me alegra que haya este tipo de informes para atenderles, entonces esa consideración sobre que es un motivo, un factor de riesgo el tener hijos, pues bueno, por eso la Presidenta puso en marcha el plan de fomento de la natalidad, con una serie de medidas realmente que no existían en otras comunidades autónomas como esa prestación que se le da a las madres desde el quinto mes de embarazo y en esa línea vamos a seguir, nosotros no queremos que sea un factor de pobreza, ¿no? tener hijos, y bueno, no lo he podido ver el informe porque me han llegado noticias de que se había publicado pero no he tenido tiempo de verlo, pero insisto, yo creo que es importante que ese tipo de informes el ciudadano que salga a la calle diga, ¿pero qué dice este informe? ¿está hablando de Madrid? ¿o está hablando de otro sitio?

Enrique Ossorio, publicado el 17 de marzo de 2022


¿Leído? Dejando de lado el aspecto gramatical (una joya), no sé si veis lo que yo, yo veo una persona que dice que no puede haber tantos pobres porque cuando él sale a la calle no los ve, mientras escenifica un mirar de un lado a otro, buscando (infructuosamente) pobres. Fundamenta su afirmación en un dato macroeconómico del PIB y en una ayuda económica que da la Comunidad a las madres. Dando además a entender que no hace falta leer el informe (que él mismo reconoce no haber leído) para salir a la calle y ver que está equivocado.

¿Podemos entender entonces que salir a la calle y mirar tiene el mismo peso que cualquier tipo de informe? ¿Lo asemejamos a estudio científico o sociológico? ¿Podemos fiarnos de la subjetividad de un solo señor que sale a la calle y mira? ¿Podemos fiarnos de la percepción de pobreza de un señor que cobra más de 100.000 euros al año y tiene 1,4 millones en cartera de inversiones? ¿Debemos desdeñar el informe de 158 páginas realizado por la Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y de la Sociología Aplicada) sin más? ¿No es plausible que después de dos años de pandemia y crisis pueda haber aumentado la cantidad de personas en riesgo de exclusión? ¿Podemos decir sí o no únicamente mirando por la ventana a ver..?

¿O podemos sentir una GRAN vergüenza al escucharle y saberle representante público de primer nivel?

No creo que haga falta explicar el por qué da vergüenza, como mucho volver a leer sus (infames) declaraciones. Flaco favor a la sociedad y a la propia clase política…


jueves, 30 de diciembre de 2021

Balance de 2021

El balance que hago de 2021 a nivel político es un balance pobre, en el que se han percibido fuertes luchas de poder, un parón en los populismos que tanto avanzaron en años pasados, las palabras por su parte continúan tan volátiles como siempre, estamos cerca de perder hasta el desengaño, parece que estamos volviendo a los dos grandes bloques ideológicos, solo que lejos de la juventud y la militancia, es más la resignación a afrontar nuestra propia ideología. Soy consciente del pesimismo que transmito, pero tampoco creo que se esperase mucho de este año. Lo bueno del abajo es que contiene el germen del arriba. Si mal no recuerdo, en un precioso cuento de John Crowley lo llamaba el secreto del viento del norte, que no era otra cosa que la promesa de la primavera ya desde la oscuridad del invierno. Brindo por ello y por ellos, los que lo harán posible.

martes, 28 de diciembre de 2021

A better world

Hagamos del mundo un lugar mejor.

Desconfiemos de cualquier político que nos insista en que no ha hecho nada ilegal cuando todos sabemos que ha hecho algo de dudosa moral. Creamos más en la persona que, cuando tira la basura, recoge también ese papel del suelo que no es suyo, porque aparte de cumplir lo que se espera de él, está haciendo del mundo un lugar un poquito mejor.

Esta vocación altruista es sin duda algo más difícil de identificar, por contra, el legalismo que enarbolan cuando dicen que no han pisado la línea, debe servir para que los ubiquemos en un espacio relativamente preciso, como en el escondite inglés, sin mover las manos ni los pies, y todos intuimos qué pasa cuando dejamos de mirar...

miércoles, 20 de octubre de 2021

Hermoso prejuicio

Devolvamos al prejuicio algo de su valor, que lo tiene. Su enorme connotación negativa no le hace justicia. Un prejuicio también puede contener sabiduría procesada con rapidez. Hay que saber utilizarlo, claro, como también hay que saber usar un martillo: si no se tiene precisión hace daño. Pero si se usa con una indefinida destreza el prejuicio funciona como un potente método de discernir: esto es bueno, esto es malo, no me lo creo... o lo que sea. Se suavizan los matices y se traza una línea de regresión (o tendencia) entre los innumerables puntos que componen la compleja realidad: apuntan una dirección, una línea orientada. Y eso, bien hecho, es sabiduría rápida. Es arte, como muchas cosas buenas. Tener un método para ahorrarnos cavilaciones, dudas y tibiedades no es algo como para desdeñarlo a la ligera.

Si fuera un juego de cartas habría que jugar esta carta con la carta de "apertura de mente", no saquemos conclusiones radicales, y parece que me estoy ya contradiciendo (el prejuicio me ayuda a discernir, pero no te tomes la conclusión demasiado en serio...). Puede ser, pero en esta contraposición intuyo que está la magia.

Aprendamos a usarlo. Hay personas de las que no me fío, y que me demuestren lo contrario. Y también lo contrario, hay personas que me caen genial, porque sí, y me caerán así de bien hasta el día de mi muerte, lo sé. Asumo la injusticia latente que puede haber en estos juicios rápidos, ojo, que también la hay en los juicios lentos.

Y en política pues también. Por ir a los prejuicios simplistas: algunos no me caen bien (aunque tenga afinidad con sus ideas), y al revés, otros me inspiran respeto, aunque habiten las antípodas ideológicas, y es con esto con lo que demarco la superficie en la que habita mi pensamiento. 

La complejidad no se evapora: gente que no trago puede hacer cosas buenas (a mi juicio) y al revés, pero oye, a mí algo me ayuda, me permite darle algo más de sentido a todo.

Creo además que el prejuicio no es un juicio basado en la irracionalidad, lo veo más complejo que eso, diría que se basa en intangibles que contienen una gran computación y un gran análisis de datos. ¿Qué es si no, por ejemplo, el lenguaje no verbal? También se basa en intangibles, cuesta explicarlo, pero en ocasiones hay signos, que nos costaría verbalizar, que apuntan con claridad en alguna dirección; no nos ha pasado alguna vez que hay algo en el andar, en el hablar, en el hacer de alguien que nos grita en silencio: ¡cuidado! Que sí, la realidad es más compleja, soy el primero en no creer en héroes o en villanos, es muy raro que existan (algunos hay), pero el arte del prejuicio debería estudiarse, practicarse y merecer un respeto que hoy no tiene.

Tengamos prejuicios... y seamos críticos con nosotros mismos, quizás se nos dé mal, como a mí los idiomas, o quizás nos sean útiles, démosles esa oportunidad, saquémosles de ese inmerecido ostracismo social.

sábado, 24 de julio de 2021

La relación entre cruzar la calle, los derechos y los deberes

 En ocasiones hay patrones de comportamiento que son extrapolables a otras niveles de la vida.

A mí me gusta mirar a la gente por la calle, y un aspecto muy curioso de observar es fijarse en cómo cruza la gente las carreteras de la ciudad.

- Están los respetuosos y cumplidores: esperan a que el semáforo esté en verde para ellos para cruzar por el paso de peatones. Estos a su vez se subdividen entre los que se cercioran visualmente de que no hay peligro, mirando a ambos lados y los que no confirman nada visualmente.

- Están los funcionales: cumplen las normas pero las adaptan a una interpretación funcional: si no viene ningún coche ¿por qué no cruzar? Estos casi siempre acompañan su acción con una confirmación visual previa, son cautelosos.

- Están los que incumplen las normas pero acercándose más a la conducta temeraria. Y aún así se subdividen, entre los que "miden" y "controlan" y saben lo cerca que les puede pasar el toro, y los que, en apariencia se acogen a un comportamiento puramente temerario.

Y esto me sirve para imaginar (sí, imaginar) lo que puede pasar por sus cabezas.

- Hay quien sabe que tiene derecho a cruzar si se dan las condiciones (semáforo, paso de cebra), y ejecutan ese derecho con obstinación: no tienen por qué mirar a los lados; priorizan su razón (la llevan) a su seguridad (un conductor puede saltarse un semáforo). Muestran una seguridad pasmosa, poseedores de la razón en un mundo que necesitan que se rija por la lógica.

- Hay quien sabe que está actuando de acuerdo a las normas, lleva en cierta forma la razón, pero aún así confirma que puede cruzar con seguridad, mirando con cuidado. Ejecuta su derecho a cruzar (lo tiene si cumple las normas) pero además le suma una obligación a mirar, al fin y al cabo su vida, al cruzar, no sólo depende de él, también depende de la conducta de cualquier otro conductor con el que coincida.

- Están los que cruzan por cualquier parte con cautela, de alguna forma no creen que las normas sean para ellos, se sienten capacitados para adaptarse a la jungla del tráfico a su manera, van por libre porque se sienten desenvueltos en ese ambiente.

- Están los que desafían las normas, inventan su derecho a cruzar por pleno derecho en cualquier situación, miran desafiantes a los conductores que tienen que parar ante su presencia.

- Y están los que viven en otro mundo, campan libres sin ni tan siquiera tener que desafiar a nadie, ellos son. Y ya.

Terminemos la analogía:

A. Hay gente que cree que tiene derechos pero sabe que también tiene deberes, y tiene que ejercer ambos de forma simultánea para que todo funcione bien.

B. Hay gente que hace más hincapié en los derechos que tiene que en sus obligaciones. Se siente con la necesidad constante de reivindicar sus derechos, basados en la ley y la razón. Y llegado el caso con el ejemplo de cruzar calles, podrían llegar a morir atropellados al tener la obstinación de su derecho a cruzar.

C. Hay gente que siente que tiene derechos y de alguna forma, a su manera, interpreta las obligaciones que pueda tener, con cierta laxitud. Pongamos que puedo defraudar a Hacienda, o engañar al seguro, o no pagar IVA, ¿qué hay de malo en actuar así? Luego pediré colegios, hospitales e infraestructuras, ¡tenemos derecho a este estado del bienestar!

D. Hay gente que crea sus propios derechos, no fundamentados en leyes o razones, pero que los enarbola y los autolegitima sin pudor. Los deberes y obligaciones no van con él, cumplirá los mínimos imprescindibles. Lo más fácil es partir de tópicos: los bancos nos roban, los empresarios son capitalistas, el estado es opresor,.. lo cual justifica que yo haga lo que me dé la gana.

E. Y por último hay gente ajena al bien y el mal, sin sentir deberes pero sin sentir tampoco derechos, culebrean por la vida dando traspiés, y en ocasiones cayendo. No quieren molestar ni que les molesten.

¿Tú con quién te identificas más, cómo cruzas la calle? ¿De verdad que no sentís todo esto cuando veis a una persona cruzar?