Ocurre en mi vecindario, y me encanta. Vecinos limpiando la acera que da con su puerta. Vecinos limpiando de malas hierbas el parterre frente a su casa. Vecinos plantando un árbol en el alcorque desatendido por la municipalidad. Ejemplifica el promedio de nuestra psicología mental: atendemos con más esfuerzo lo cercano, lo circundante; así entendemos la familia, los amigos. Por ellos nos entregamos, nos sacrificamos.
Cuanto más distancia ponemos más fríos nos volvemos; pero somos una especie compleja: fabricamos conceptos, los incorporamos, empatizamos. Así podemos entender la solidaridad. Podemos entender los impuestos. Podemos enternecernos ante el deterioro del Amazonas. Pero la distancia hace su trabajo. En promedio somos distantes con la distancia. Encontraremos de todo en los extremos, psicópatas que matan en su familia, o voluntarios que mueren en otro país por otra causa, pero el promedio dicta la sociedad, o, mejor dicho, la sociedad dicta el promedio. Es como un campo de fuerza que se debilita al alejarnos.
La (buena) política debe entender esto, y entender que son superhéroes inmunes a ese campo de fuerza, voluntariosos en su entrega más allá de su cercanía y sus intereses. Abstraerse para ser una persona entregada a su sociedad, haciendo de ella su familia, sufriendo con ellos, buscando las salidas con ellos, riendo, esforzándose y viviendo. La otra política, la mala, rendirá a su redil, pensará más en perpetuar que en servir. En esos casos puede más el grupo que la persona. ¿Será posible otra cosa?