Posiblemente alguien ya habrá
tratado el valor pedagógico de la derrota.
Por partir de algo partamos de
nuestra realidad social. En ella se idolatra a los triunfadores, a los mejores
deportistas, a los grandes empresarios, son modelos a seguir, porque los
triunfadores son ricos y todos anhelamos la riqueza. Trascendiendo incluso al
triunfo, a nivel social idolatramos la excepcionalidad, lo sobresaliente, ya no
que sobresalga de forma obligada por mérito, sino que sobresalga, vivimos entre
anécdotas y titulares: los peces más feos, las caídas más tontas, el equipo que
más goles mete, el empresario que empezó de cero y hoy abre tres tiendas en
China… todo nos vale, consumimos esa excepcionalidad.
No transitamos la derrota, salvo
en la realidad, y mucho menos la valoramos. Nos damos de bruces contra ella,
nos vemos envejecer sin éxitos importantes, sin despuntar ni ser flor de
telediario, sin que despertemos comentarios al pasar, del tipo “mira, Luis
Ángel, el que inventó..:”, pero aprendemos a sobrellevar ese fracaso relativo,
nos volcamos a celebrar el triunfo de nuestra selección, gritamos “campeones”,
y nos vamos a dormir con 10 pelos menos y un día más viejos, pero tranquilos,
aceptamos esta realidad.
¿Y qué pasa si nos estamos
engañando? ¿Y qué pasaría si aprendiéramos a enarbolar la derrota y a
comprender que no es una derrota real? El señor que nace, vive y muere puede
que contenga más sabiduría y paz que mil gurús, o no, o sí, o da igual. El
problema está en idolatrar lo que sobresale sin saber que lo más bonito también puede
estar en el otro lado.
Porque, y entrando con pereza en
política, por qué no adorar a un partido político que no hace más que perder y
perder pero es firme en sus planteamientos y quizás incluso con ideas bonitas. ¿Acaso
no tiene más valor que aquel otro que pervierte continuamente sus principios? Aprendamos
a no admirar a los ganadores, porque muchos ganadores ganan a coste de algo
o alguien; casi al revés, miremos con sospecha a aquellos que ganan. Bastante
tienen con tener poder como para que encima reciban nuestra admiración. Y
apreciemos las valiosas esquirlas que quedaron en el camino, que no lo
consiguieron, pero que quizás tengan una historia digna de ser contada.
La victoria no es un valor, es una
situación, aprendamos esto, hagamos política a partir de esto.
Pd. Veo perdedores en
triunfadores y sí, veo triunfadores en perdedores. No es real todo lo que
reluce.
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