Creemos que el mundo se rige por un continuo decidir. Voy
por aquí o por allá. Me caso o no me caso. Estudio esto o lo otro, etc. Y
olvidamos que a veces, no siempre, las realidades sencillas, las del día a día,
las que recogen los rayos del sol, olvidamos que esas pequeñas realidades no son
deudoras de ninguna decisión, serán nuestros pasos aleatorios los que indiquen
nuestro lugar en aquel jardín, será aquel banco el que nos invite a parar, al
abrigo de una sombra que nos protege del calor, será una paz absurda y bella la
que nos invada sin motivo, porque nos enseña la vida, la moraleja sin fábula,
nos susurra un alejar de nuestra mirada ingenieril, nos sugiere un escape a
nuestro afán de raciocionio. Creo que los orientales lo llaman Zen, nosotros
no, nos cuesta; nos cuesta a veces ser libres cuando suenan los engranajes de
nuestra sociedad mecanicista.
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